Dos Cuadras

La vieja que vende anticuchos, esa la que más que anticuchos vende marihuana a los chibolos del barrio,  estaba en la  esquina de siempre, pude notar que allí estaba por el culazo que se manejaba y la humareda que salía de su parrilla mal curada.  Pero algo tenía esa vieja desmuelada que ya se había comido medio vecindario.

Pasando a la anticuchera vi al carpintero borracho, ese que estafó a mi madre con un ropero que se picó dos meses después y tuvo la desfachatez de seguir cobrando lo que le debíamos. “Maldito viejo hijo de puta  yo estaba chibolo y no pude  sacarte la mierda por estafador” pienso mientras lo veo tirado como un perro sin amo. A veces tengo ganas de empujarlo a la pista, pero pienso que dejarlo vivir esa miserable vida es aún peor, y ver como poco a poco va muriendo o desapareciendo, es la venganza perfecta y sobretodo cuando pide ayuda para pararse cuando esta totalmente tumbado por el agua ardiente y yo me agacho como quien va a darle la mano y le digo mirándolo a los ojos “fuera mierda”  y disfruto ver su expresión al escucharme, su mirada perdida queriendo buscar la mía pero sin conseguirlo y unos hilos de baba colgando de su hocico.

A veces pienso que estos parásitos pirañas disfrazados de  reguetoneros, deberían morir todos, y no uno por uno, si no todos de un porrazo, algo así como en un partido de fútbol, y todo esto pienso mientras camino antes de voltear la esquina, porque volteando la esquina es donde siempre están y lo sé también por el olor a grifa y las risas estupidas de estos estupidos que en su totalidad terminarán muertos o presos. Todos chatos y flacos, con manchas en la cara por la carencia de alguna vitamina, estos mal nutridos, carteristas apestosos con zapatillas Nike, y que usan ropa de negro newyorkino, (que dicho sea de paso a ellos si les queda la ropa), pero a estos enanos malparidos, flacos pelo parao de uñas sucias no les queda, y más bien parecen muñecos de trapo sin gracia.

Ahí esta el huevón que me quiere vender una pagina en su revista que nadie lee y ya no sé como decirle que no me interesa, que a la mitad del planeta tampoco le interesa publicar allí y que pierde su tiempo, que una cosa es ser persistente y otra un tonto que se equivocó de negocio. Se acerca con la cara de hambriento creyendo una vez más que hoy le diré que si, que quiero publicar, que quiero pagarle lo que me pida por publicar. Él espera eso, pero esperará sentado o echado mejor porque ni yo ni nadie en sus cabales va a publicar en esa revista de color pálido y sin vida.

Quince minutos después de ese aburrido monólogo de paporreta,  por fin me liberé de ese vendedor de espacios de papel. Y entro a mi casa, que en realidad no es mi casa, ni de mi madre, ni de nadie. Fueron las dos cuadras más largas de toda mi vida, aggg.


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